Se trata de componer un pensamiento tal que comience a vislumbrar territorios en el cual líneas de existencias creativas, desviantes, fugadas de un orden instituido rígido e identidades cerradas, se asienten en él como un territorio nuevo, donde se inventan nuevas conexiones entre alumnos, entre alumnos y los saberes, entre alumnos y adultos, o bien entre estos y el ejercicio de su autoridad, por ejemplo. Esas salidas de atolladeros a veces inextricables desde cierta imagen de pensamiento se denomina agenciamiento, que no es otra cosa que aquellas conexiones que permiten que las multiplicidades devengan, se propaguen en nuevos territorios de saber, que se conectan a saberes sabidos, o quizá nuevos, u otros, olvidados ya, pero que adquieren potencia a partir de ese encuentro inesperado e inevitable entre cuerpos, visibilidades, paisajes, voces y decires, que se despliegan en territorios donde obrar y pensar son actos afirmativos, pero al mismo tiempo leves, innovadores, nómades y transdisciplinarios. Y allí se compone la inteligencia, con la cual aprenhedemos al mundo; con amores y con hallazgos que enamoran. Ya que nos interrogamos con Gilles Deleuze: ¿Por qué amores se aprende? ¿Por qué encuentros?
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