Desde tiempos inmemoriales, el discurso dominante ha anulado el papel de la mujer dramaturga al dar por sentada su nimia trascendencia en este campo, llegando a negar sus contribuciones dramáticas debido a la supuesta «incompetencia creativa» del colectivo femenino. En este sentido, la visibilización del «teatro de mujeres» ―entendido como aquél protagonizado por mujeres y donde se exponen temáticas que afectan su realidad vivencial― resulta imprescindible para reivindicar nuevos discursos, alejados de la «mirada masculina» patente en la narración escenográfica tradicional. Desde esta perspectiva, los estudios de género han analizado desde distintas áreas las nociones de «sexo» y «arte», convirtiéndose, éstos, en conceptos claves, no sólo a la hora de delimitar si el género de una persona incide en la escritura, sino también al analizar aquellos escritos que invierten o resignifican los arquetipos de género.
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