Hace más de treinta años que apostaron por el negocio de la comunicación y lo hicieron cuando se pensaba que emular la hazaña de William Randolph Hearst ya no tenía sentido. Fueron los primeros en creer que la comunicación y sus diversos vehículos proporcionaban no sólo poder, sino, e incluso en mayor medida, dinero. Son los magnates de la comunicación: una nueva casta de empresarios más poderosos que los políticos, tan ricos y respetados como los banqueros y financieros, y tan famosos como los artistas.
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