Es reseña de:
Democracia y educación: Una introducción a la filosofía de la educación.
Morata, 2004. ISBN 84-7112-391-6
En los Estados Unidos de América surgió en el siglo XIX la corriente filosófica del Pragmatismo, que constituye una de las contribuciones más genuinas a la filosofía aparecidas en dicho país. El filósofo y pedagogo norteamericano autor del libro que reseñamos, John Dewey, incardina su pensamiento en el núcleo de esta corriente filosófica para la que es verdadero aquello que constituye un instrumento útil para la vida, estimándose dicha utilidad en términos de resultados y más allá de todo apriorismo que enturbie la correcta apreciación de las consecuencias de nuestras acciones.
En Democracia y Educación, Dewey contempla la educación como un proceso que se inserta profundamente en la vida social, resultándole tan necesaria, como lo son para la vida fisiológica los factores de orden material. También para el individuo que se educa se trata de un proceso necesario y consustancial a su desarrollo. Por otra parte, la educación no reviste el carácter de periodo propedéutico que tradicionalmente se le ha asignado; no se trata de formar a individuos para la vida social que viene después, sino que la propia escuela ya es vida para ellos. Esto no soslaya la función global de carácter teleológico de la educación en pos del desarrollo del niño. Pero Dewey no concibe dicho desarrollo a la manera tradicional: no se trata de desarrollar facultades implícitas en el niño concebido como un determinado hombre en potencia a la manera aristotélica; se trata de crear marcos que estimulen su desarrollo dinámico, que puede producir resultados diferentes de acuerdo con la interacción entre individuo y entorno. Así, los centros educativos constituyen ambientes peculiares que conforman el contexto en el que los niños desarrollan sus capacidades y se proveen de un abanico de experiencias y un sistema de estímulos más equilibrado y amplio que aquel con el que contarían si fueran abandonados en sus circunstancias sociales y culturales particulares; desde este enfoque el concepto de Proyecto Educativo adquiere luz renovada e importancia fundamental. De este modo los centros de enseñanza de una democracia deberán comprometerse con los valores y modelos propios de aquella a fin de reproducirla y mejorarla. En cierto sentido, la educación, al orientarse hacia la definición de marcos que favorezcan el crecimiento para la vida social, no puede carecer de contenido político ni desligarse de la acción política, incluso, pues no podrá soslayar la necesidad de determinar esquemas de principios y valores subyacentes en dichos marcos.
Esta obra de Dewey es una de las contribuciones capitales a la Filosofía de la Educación durante el siglo XX. Tuvo su influjo en España donde encontró seguidores en la Institución Libre de Enseñanza, entre los cuales se encuentra el propio traductor de la edición a que nos referimos, Lorenzo Luzuriaga –maestro e inspector de educación–, planteó dilemas aún abiertos y enfoques que todavía podemos considerar vigentes.
Quizás una de las formas más bellas de concebir la educación, la encontramos en la concepción que tiene Dewey de la filosofía: “Si estamos dispuestos a concebir la educación como el proceso de formar disposiciones fundamentales, intelectuales y emocionales respecto a la naturaleza y los hombres, la filosofía puede, incluso, definirse como la teoría general de la educación”.
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