En 1635, la ciudad de Cannes sufrió el asedio de los españoles durante una de las campañas de la interminable guerra que Felipe IV sostenía con Francia. Trescientos cincuenta y tres años más tarde, la victoria se ha consumado. Quinientos delegados españoles invadieron La Croisette, la terraza de Martínez y la Chunga, y la flota publicitaria hispana ha obtenido el mejor resultado de la historia en sus abordajes al Festival: un botín de quince leones del que tienen buena parte de la culpa la pericia del almirante Luis Bassat, primer español que preside el jurado del certamen, y de su segundo de a bordo, Manuel Ramiro, así como la certera artillería y excelente arboladura de las naves capitanas, Contrapunto y RCP. Sin embargo, todavía no tenemos la misma puntería que los cañones británicos, que acertaron de lleno en el Gran Premio y 33 leones, o la potencia de la escuadra estadounidense, comandada por el inmenso José Pytka, que se llevó, y nunca mejor dicho, la parte del león.
El palmarés de la trigésimo quinta edición del Festival de Cannes estuvo lleno de humor y emotividad. Diversión y sobrecogimiento. Pasamos del maravilloso bobtail que se pone a pintarla pared para que su amo pueda disfrutar de su cerveza Heineken al desgarrador y casi eterno llanto en primer plano de Linda, la chica que pide ayuda para desengancharse del crack. También se hicieron notar entre las premiadas las películas en blanco y negro y bitono, las peleas de parejas en todos los términos, la presencia de animales de cualquier especie y la cada vez menor importancia que los estadounidenses parecen darle a la calidad exquisita de imagen en favor de la fuerza de la historia.
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