La búsqueda afanosa de la identidad cultural y personal se acentúa en un mundo globalizado. La tendencia a buscar formas generales en la organización de la convivencia parece amenazar las identidades singulares, propiciando el recelo hacia toda apertura a la universalidad. La coexistencia, como radical antropológico, se pierde de vista en la relación interpersonal. La familia parece ser el mejor ámbito educativo para aprender experiencialmente que el desarrollo de la propia identidad no es opuesto sino complementario a la apertura universal que reclama la globalización.
La búsqueda afanosa de la identidad cultural y personal se acentúa en un mundo globalizado. La tendencia a buscar formas generales en la organización de la convivencia parece amenazar las identidades singulares, propiciando el recelo hacia toda apertura a la universalidad. La coexistencia, como radical antropológico, se pierde de vista en la relación interpersonal. La familia parece ser el mejor ámbito educativo para aprender experiencialmente que el desarrollo de la propia identidad no es opuesto sino complementario a la apertura universal que reclama la globalización.
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