Tres mil publicitarios, la mayoría con ganas de divertirse, bastarían para desmelenar cualquier ciudad costera del mundo. Cualquiera, excepto Cannes. Los afortunados habitantes, estacionales o fijos, de esa parte del mundo, están perfectamente acostumbrados a resistir impactados de ese tipo. Grupos de japoneses con carpetas y algunos problemas para encontrar asiento en los restaurantes populares, eran testimonios palpables de que por allí andaba celebrándose un festival. Los más observadores debieron entenderlo, pero no lo demostraron, porque para los habitantes de Cannes la vida transcurre como en un Rolls, con la única alteración que supone el ruido de un reloj eléctrico.
David Torrejón escribe del otro Cannes.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados