La intención de este artículo es reflexionar sobre el lugar que los resultados escolares tienen entre el resto de los objetivos del sistema educativo. Así, junto a la función cualificadora, más o menos tradicional, los sistemas educativos tienen también una función socializadora y otra subjetivadora. Ninguna de esas tres funciones es independiente de las otras dos. Si la función cualificadora se centra en unas determinadas áreas y olvida las demás, las consecuencias se reflejarán en las otras dos. Si vaciamos las funciones socializadora o subjetivadora de cualquier relación con la transmisión de conocimientos culturales o si dichos conocimientos no tienen relación con ninguna de esas funciones, irán perdiendo sentido y darán lugar a un determinado tipo de ciudadano desheredado, sin más armas para interpretar el mundo que el pensamiento dominante descontextualizado. Durante los últimos años hemos asistido a un progresivo deterioro del sentido que la transmisión de conocimientos tiene en la escuela. Esa transmisión es la forma peculiar del sistema educativo de contribuir a la formación de los ciudadanos en su dimensión también social y subjetiva, y su crisis abre la puerta a un cambio de objetivos del sistema. Este cambio en la consideración del papel de los contenidos se ve reflejado en la nueva ley de educación, LOMLOE, en la que el modo de enseñar se vuelve más importante que el qué enseñar. Esa pérdida de sentido ha tenido su reflejo también en la consideración que esta ley hace de la evaluación del rendimiento y en el peso creciente que la LOMLOE asigna a otros criterios distintos para la promoción. Reivindicamos una vuelta a la consideración de la medida de los resultados escolares, el rendimiento, en su sentido sumativo más básico con el fin de volver a valorar el conocimiento acumulado a lo largo de los siglos como la mejor fuente de socialización, subjetivación y cualificación.
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