La teoría de la educación ha manifestado en ocasiones ciertas reservas sobre el valor formativo del arte, pero naturalmente educar no es una tarea exclusiva de las organizaciones institucionales; existen otros agentes educativos que educan efectivamente sin tan siquiera intención expresa de ello. Jean Mitry (1904-1988) expone una teoría del cine válida para defender que el cine puede experimentarse como una vivencia formativa: el cine alcanza un rango artístico equiparable al de cualquier otro arte, y el arte un valor cognitivo equivalente -si no superior- al de la ciencia, así como un valor experiencial más provechoso incluso que la vida misma.
El pensamiento de Mitry sobre la naturaleza humana se sustenta sobre la síntesis entre un concepto realista y otro idealista: las capacidades humanas más importantes que intervienen durante la experiencia fílmica, tales como la percepción la imaginación o la memoria, no ejercen una función meramente receptiva del significado del film o de la intencionalidad del autor sino sobre todo una acción creadora de sentido.
Precisamente por tales posibilidades creativas la experiencia fílmica se vuelve formativa.
La educación queda condicionada por dos efectos estéticos: la identificación y la proyección asociativa, clásicamente denominados en la teoría estética mimesis y catarsis. Entre el autor y el público se presuponen unos pactos previos, sobre la base de una misma realidad compartida. Principalmente, el autor confiere credibilidad a la ficción fílmica mientras el espectador -aunque consciente de la ficcionalidad- simula convencimiento. Esta verosimilitud permite la identificación del espectador con la acción del film reconocida como mimesis. En el sentido inverso, la catarsis surge sólo cuando el espectador proyecta sus propias expectativas sobre los hechos filmados. El resultado final es el reconocimiento de los propios ideales, de las tendencias que todo es
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